martes, 11 de noviembre de 2014

Los niños nacen dependientes

                        Kathy Hare Ilustration

LOS NIÑOS NACEN DEPENDIENTES, PERO NO ESTÚPIDOS.

Las gacelas Thompson, esas que siempre andan moviendo la cola y cruzando el Serengeti huyendo de los leones, traían sus crías al mundo. Lo que más me sorprendió de todo el proceso fue el sentido de estrés y de urgencia que rodea el momento del parto.

Estos animales pasan su vida en continuo estado de alerta. Las rígidas leyes por las que se rige el ciclo de la vida las obligan a mantener un continuo estado de vigilia, si quieren sobrevivir en un paisaje plagado de depredadores al acecho. Explicaba el documental como el momento del parto se convierte en un momento especialmente crítico, tanto para la madre como para la cría, ya que en este momento se convierten en presas extremadamente vulnerables. Estos animales están dotados de un mecanismo innato de supervivencia que provoca que las gacelas recién nacidas adquieran la capacidad no solo de mantenerse en pie, sino de correr, a los pocos (poquísimos) minutos. Los leones, siempre atentos, se encargan de convertirse en eficaces profesores. A las gacelas les va la vida en ello, no hay septiembre ni reválida posible: O aprenden rápido o… ya no aprenden.

Hay una frase de motivación bastante conocida sobre leones y gacelas que recoge este principio de supervivencia, de urgencia. La frase acaba con la moraleja de “no importa si eres león o gacela, pero cada día, cuando salga el sol, empieza a correr”. Sólo los mejores (más rápidos) sobreviven. Puro y simple darwinismo.

Nosotros nacemos indefensos, desprotegidos, completamente dependientes de los cuidados maternos. Y esta situación se prolongará durante años. Tardamos años en conseguir la autonomía y la soltura que una gacela Thompson obtiene en tan solo un par de minutos de vida. Desde pequeños nos mostramos desamparados, necesitamos del cuidado y de la protección de los nuestros, no solo para sobrevivir, también para desarrollarnos.

Es por ello que, sobre todo durante los primeros años, recae sobre los padres la responsabilidad de ofrecer cuidados y protección a sus hijos. Pero también ocurre que, al amparo de esas protecciones, de esos mimos, a veces excesivos, los niños comienzan su periplo madurativo con la seguridad de que los riesgos y peligros, también los retos, quedarán alejados por sus cariñosos progenitores. En ese afán por amparar a nuestros cachorros, ocurre a menudo que nos excedemos en nuestro cometido y nos adentramos en el peligroso terreno de la sobreprotección.

Es cierto que los niños nacen dependientes, pero eso no significa que no puedan valerse por ellos mismos para nada, eso no significa que tengan la iniciativa de una ameba, eso no presupone estupidez. Ese merito ya es nuestro, de los adultos, de algunos padres empeñados en masticarles la comida.

La norma del “cuanto más mejor” no acostumbra a ser cierta la mayoría de las veces y, desde luego, en el terreno emocional no lo es. No se trata de arropar a nuestros indefensos y desprotegidos polluelos con cuantas caricias y muestras de afecto seamos capaces de imaginar. No se trata de apartar cuántas piedras surjan en su camino por miedo a que tropiecen. No podemos, aunque a veces nos obcecamos en ello, envolver a nuestros pequeños con plástico de burbujas para evitarles todo mal. Pero sobre todo, lo que no podemos es privarles del aprendizaje que precede al dolor, al error, al golpe. Las heridas se curan, los aprendizajes perduran.

Impacta la imagen de la joven gacela Thomson, aún con el dolor y las heridas del parto recientes, masticando la placenta para liberar a su cría para, acto seguido, empujarla con el hocico hasta ponerla en pie y obligarla a iniciar su trote. De la misma forma, cualquier ave empujará de manera decidida a sus polluelos arrojándolos del nido y obligándolos a volar, a buscar por sus propios medios su alimento. Y todos estos comportamientos, no están motivados por la crueldad o por el sadismo animal, sino que nacen del instinto, del amor de una madre que no dudará en interponerse en el caso de que su cachorro sea atacado, sacrificando incluso su propia vida para salvarlo.

Sin embargo, las personas tendemos a prolongar de manera indefinida la, ya de por si dilatada, etapa de dependencia de nuestros hijos. Disfrutamos cobijándolos bajo nuestra ala, ofreciéndolos todo nuestro calor y, retrasando “sine die” el momento de empujarlos para que corran. Este tipo de comportamientos provocan a menudo retrasos importantes en la maduración de aquellos niños que se ven privados de la oportunidad de afrontar sus propios retos, de aprender de sus desengaños, de sus llantos, de sus desilusiones.

Esta es una manera de actuar egoísta, cortoplacista, que solo mira por el bienestar emocional del progenitor, que se siente reconfortado al sentirse centro del mundo, pilar imprescindible para sus cachorros. Pero esta es una peligrosa arma de doble filo que, con el paso del tiempo, se volverá de forma cruel en nuestra contra. Como tan sabiamente decía Aristóteles la virtud habita en el término medio, y es cuestión de supervivencia saber encontrar el necesario equilibrio entre nuestras exigencias emocionales como padres y las necesidades.

Santos Guerra cuando dice que los profesores, también los padres, forman a sus alumnos como los océanos forman a los continentes, retirándose. Y todos, aunque sea difícil, aunque sea doloroso, tenemos que encontrar el momento apropiado para apartarnos del camino, para dejar espacio a que cada cual cometa sus errores. Al fin y al cabo no solo les pertenecen sino que tienen derecho a ellos.


Un excelente reportaje de Nathional Geographic sobre el transcurso del embarazo humano, sin duda no hay que perdérselo. Se llama: "En el viente materno".


Sin duda un texto para reflexionar, a mi personalmente me ha encantado. Mis agradecimientos de hoy van como siempre para kathy Hare por adornar mis entradas en el blog con sus maravillosas e inspiradoras ilustraciones. Y a La mariposa y el elefante por abrirme los ojos en el camino educativo.

Pepita Gominola

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo. Incluso se ve que entre hermanos, unos han sido mimados mucho más que otros y eso se nota, incluso cuando somos mayores

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